Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 17 de julio de 2016

El secreto de la felicidad

Sexo, ejercicio, música y charla… Leo que estos cuatro elementos tienen la clave de la felicidad, cuatro actividades cotidianas al alcance de cualquiera que aportan al individuo lo necesario para que se sienta feliz. Lo dice el psicólogo Dan Gilbert y su teoría refuerza el dicho popular de que el dinero no da la felicidad, porque para charlar, escuchar música, hacer ejercicio o practicar sexo no hace falta sacar la cartera del bolsillo. 

La última semana he estado desconectada, alejada de wifis, de Internet, de mi adicción a seguir al minuto lo que se cuece en las redes sociales, del estrés de publicar entradas en este blog o en cualquiera de las plataformas en las que tengo presencia, de rastrear portales laborales y páginas profesionales… Y no me ha pasado nada. Más bien he saboreado el placer de la desidia al borde del mar. En un principio me costaba entregarme a tal privilegio, porque mi situación de desempleo me pesa como una losa, como si fuera mi propia conciencia flagelándome para que no haga otra cosa que sufrir por no encontrar un trabajo. Cuando uno está en paro cree no tener derecho a merecer momentos de ocio y placer como el resto, un planteamiento totalmente erróneo. Tomarse unos días de desconexión no significa que se vaya a descuidar la búsqueda activa de empleo, todo lo contrario, lo más probable es que después del relax retomes tu objetivo oxigenada, con mucha más fuerza y energías renovadas. Y si encima cuentas con un alma caritativa que te ofrece su casa para pasar las vacaciones, puedes mantener el modo low cost que exige la falta de nómina. 


Como digo, afortunadamente durante siete días me he podido abstraer de todo y dedicarme a algunos pequeños placeres de la vida que no menciona Gilbert pero a mí me generan un estado semejante a la felicidad y que son: saltar olas; pasear por la orilla del mar; rebozarme la piel de arena, sol y sal; ir despeinada sin que a nadie parezca importarle; calmar la sed con una cerveza fría y el apetito con una de bravas; prescindir del reloj y no saber el día ni la hora; jugar una partida de cinquillo, damas chinas o Rummikub; hacer crucigramas; leer novelas ligeras; alargar las sobremesas con una café frappé o un té helado; zambullirme en una piscina nada más levantarme; aprender las canciones del verano de tanto escucharlas en la radio; adivinar la nacionalidad de los turistas embadurnados de aftersun; saborear un helado de limón valenciano; reír con cualquier estampa playera; aplaudir al final de quince minutos de fuegos artificiales… Y no sigo porque la lista de pequeñeces veraniegas que me generan endorfinas es interminable.

Lo malo es que a mí la felicidad me engorda, en concreto tres kilos. A lo mejor si hubiera completado las cuatro actividades de las que hablaba Dan Gilbert, la ecuación habría sido distinta. Tendré que ir perfeccionando las dosis y la mezcla.

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